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La mecánica del corazón


'Uno: no toques las agujas.
Dos: domina tu cólera.
Tres: no te enamores nunca.
La mecánica del corazón depende de ello'.


Aguas turbias | Lecturas de verano II



Si es usted una persona curiosa, con ganas de aprender, de aquellas que cuando leen una página de un libro le dedican más tiempo a buscar información acerca de cualquier pequeño dato oculto entre líneas, que a la propia lectura, esta es su novela para el verano. 


Un recién iniciado en el mundo literario como es el alemán Sascha Berst, enrola al lector en una detectivesca aventura que no dejará exentos a los más intrépidos de iniciar una búsqueda intelectual y personal hacia los valores humanos, el civismo y la antigua filosofía política

Vademécum humano de lectura obligada en un momento en el que precisamente estos tres pilares se desmoronan.



Sosténgame, Pereira | Lecturas de verano

Iniciamos un nuevo capítulo. Y nunca mejor dicho, porque a partir de hoy les traemos nuestras recomendaciones literarias de cara al fin de semana. Para pasar página a una ardua temporada o mejorar el capítulo presente si es que aún no ha llegado su descanso. No se preocupe: tenemos recomendaciones para todos los gustos.

Hoy llega: Sostiene Pereira, del italiano Antonio Tabucchi

La mujer que iba a morir no sabía que iba a morir

Rara avis  | Por Lucía Semedo


La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia. Tenía los ojos oscuros y no hablaba nunca en voz alta. Sólo cuando la risa le llenaba la boca, se le escapaba un “Ay madre mía de mi vida” que aún no había aprendido a controlar, y lo repetía casi a gritos sujetándose el vientre. Se pasaba gran parte del día escribiendo en un cuaderno azul. Llevaba el cabello largo, anudado en una trenza que le recorría la espalda, y estaba embarazada de ocho meses.
Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar explicaciones. Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas, pero no podía parar de reír.
Reía.
Reía porque Elvira, la más pequeña de sus compañeras, había rellenado un guante con garbanzos para hacer la cabeza de un títere, y el peso le impedía manipularlo. Pero no se rendía. Sus dedos diminutos luchaban con el guante de lana, y su voz, aflautada para la ocasión, acompañaba la pantomima para ahuyentar el miedo.
El miedo de Elvira. El miedo de Hortensia. El miedo de las mujeres que compartían la costumbre de hablar en voz baja. El miedo en sus voces. Y el miedo en sus ojos huidizos, para no ver la sangre. Para no ver el miedo, huidizo también, en los ojos de sus familiares.
Era día de visita.
La mujer que iba a morir no sabía que iba a morir.

Capítulo 1. La voz dormida


Portada del libro, por la editorial Alfaguara
A día de hoy no puedo recordar con exactitud cuándo fue la primera vez que oí hablar de La voz dormida, la novela de Dulce Chacón. Sé que la condición de extremeña de la escritora nos obligó  a prepararla para selectividad, por el “por si acaso”. Aun así, es un libro que nunca me vi motivada a leer, ya sea por la dura etapa de estudio que contempla el bachillerato o porque en mi oscuro pasado literario fui una ferviente consumidora de literatura juvenil y romántica. En cualquier caso, la aparición de la película me sorprendió bastante y el ver que todo el mundo hablaba tan bien de ella, me empujó a buscar el libro: soy de las que prefiere leerse primero la novela, aunque sea solo por comparar. Así que, una vez terminados los exámenes y masticando mi ansiada libertad, no lo dudé ni un momento y me puse con ello.

La novela narra la historia de una pequeña familia que, aunque no todos están atados por lazos de sangre, están unidos por una conexión mucho más fuerte: los ideales, la solidaridad y sobre todo, el miedo. Porque durante la Guerra Civil Española, el capítulo más sanguinario de la historia de nuestro país, el miedo estaba a la orden del día, encogiendo los estómagos y anudándose en las pestañas. Porque el enemigo estaba en todas partes, a veces en la ventana de enfrente, observando qué es lo que coses tan aprisa y si el morado, el rojo y el amarillo están entre los colores de tu costurero.

Hortensia, la mujer que va a morir, es una cordobesa afiliada al partido comunista, espera en la cárcel de las Ventas una sentencia. Está embarazada de Felipe que, como ella, forma parte activa de la guerrilla. Se aman en la distancia, porque es muy complicado mantener una relación cuando huyes de las represalias y luchas contra el sistema impuesto. Junto a Hortensia, rodeadas por otras miles de mujeres, destacan Tomasa, una extremeña de piel cetrina, testaruda y cabezona, que lleva en la cárcel más años de los que se pueden contar y que se niega a ponerle palabras al horror que vivió y Remedios, murciana de nacimiento, terriblemente ingenua, que sufrió en sus carnes la denuncia por parte de sus vecinos, aquellos a los que creía conocer tan bien. También está Elvirita, una niña de cabello rojo, alicantina, que canta mejor que Celia Gámez y que regala una sonrisa a todo el que puede. Es la hermana del Chaqueta Negra, un conocido guerrillero, íntimo amigo de Felipe. Detrás de ellas, otras muchas  “rojas” se hacinan en las Ventas, juzgadas por crímenes que no cometieron y manteniendo siempre presentes a los hermanos, los padres, los hijos, los amigos caídos. Recordando, cada día, como se llevaron de madrugada a 13 chicas a las que la historia bautizaría como “Las 13 rosas”, símbolo de la injusticia, de la muerte prematura, del dolor de las hermanas que no son hermanas, pero como si lo fueran.

Cartel promocional de la película, basada en la novela.
Pero la historia no termina ahí, y es que la guerra no es materia sencilla que tratar. Fuera de la cárcel, Pepita, la de los ojos imposibles, hermana de Hortensia, camina cada día a la prisión para encontrarse con ella. Alejada de cualquier postura política, no puede evitar servir de intermediaria entre Hortensia y Felipe y enfrentarse al miedo por sus seres queridos, amparada en la pensión de Doña Celia, que la cuida como si fuera su madre, y Don Fernando, un médico acomodado que decidió alejarse de la medicina en el mismo momento en el que vio brotar la sangre de los cuerpos en el campo de batalla y no sintió pena.

Dulce Chacón consigue tejer una novela íntima y compleja, poniéndoles voz a todos aquellos que lucharon sobre una causa justa, por defender sus ideales, más hondos que el propio corazón. Personajes cotidianos, cercanos, que bien podrían narrarnos las historias de nuestros abuelos pero, sobre todo, de nuestras abuelas. Porque La voz dormida habla por todas esas mujeres que fueron obligadas a callar, a arrodillarse, y, sobre todo, de todas aquellas que no lo hicieron. De la sangre derramada y de las heridas que se hacen más en el alma que en el cuerpo, de la espera, de la distancia, de las largas colas en el día de visita de la prisión, de madres que no reconocen a hijos e hijos que no reconocen a madres, porque las guerra los separó demasiado pronto. Mentiría si dijera que no he llorado a lágrima viva entre sus letras. Mentiría si dijera que no sufres con las muertes como si fueran de alguien a quien conoces de toda la vida. Mentiría si dijera que no sientes el desgaste de la resistencia sobe tu piel a medida que avanzan las páginas. Porque La voz dormida no va de guerra, no, sino de lucha. Y esos son conceptos que, normalmente, no sabemos distinguir.


Lucía Semedo (@luciasimonelle)

Dexter, el oscuro pasajero

Rara Avis  | Por Lucía Semedo

“Me sentí mucho mejor. Siempre me sucedía después. Matar me hace sentir bien. Desata los nudos de los oscuros meandros del querido Dexter. Es como una dulce liberación, un escape necesario de todas las pequeñas válvulas hidráulicas que hay dentro. Me gusta mi trabajo. Lamento que esto pueda molestarles. Lo lamento mucho, de verdad. Pero así es. Y no se trata de matar de cualquier manera, no. Tiene que hacerse en el momento adecuado, del modo adecuado y con el compañero adecuado: complejo, pero imprescindible.

Y siempre resulta un poco agotador. Estaba cansado, pero la tensión de la semana anterior había desaparecido: la fría voz del Oscuro Pasajero se había callado, y podía volver a ser yo mismo. Dexter el raro, el curioso, feliz y afortunado, muerto por dentro. Ya no era Dexter el del cuchillo, Dexter el Vengador. No, hasta la próxima.”

                                                                                            
                                                                               Capítulo 2. Dexter, el oscuro pasajero

 

Michael C. Hall, actor que interpreta a Dexter
Tuve la brillante idea de regalar este libro por el día de Sant Jordi y gustó. Gustó mucho, tanto que no pude evitar echarle un ojo, a ver qué tal. El resultado fue que me enganché de tal manera que me ha costado menos de una semana leerlo.
Quizás sea porque estaba buscando un libro frío, meticuloso y en el que no hubiera ni pizca de historias de amor, pero la manera en la que Lindsay narra, siempre en primera persona, los pensamientos más oscuros de un hombre aparentemente corriente que oculta al mundo su terrible realidad, su oscuro pasajero.

Dexter Morgan es, aparentemente, un hombre totalmente normal. Es atractivo y encantador, vive en una ciudad que le gusta, tiene una relación con una mujer agradable, es un apoyo para su hermana Deb, tiene un trabajo que le apasiona como forense para la policía, un piso cómodo y moderno y unos modales y saber estar que parecen envidiables. Es, a fin de cuentas, el perfecto caballero. Sin embargo, dentro de él hay algo perturbador, algo que le hace estar seguro de que, realmente, no es un ser humano. Con tendencias psicopáticas y sociópatas, Dexter carece de sentimientos y no tiene ningún tipo de percepción de la realidad ajena. Por si fuera poco, necesita liberar de vez en cuando a su oscuro pasajero, una fuerza incipiente que arde en su interior y le empuja a cometer los más oscuros crímenes, con los que disfruta enormemente. Sin embargo, Dexter no es un loco y no comete sus asesinatos al azar. Desde pequeño fue consciente de su situación y adoctrinado por su padre, un policía retirado, puso su inteligencia y su capacidad para matar al servicio de la sociedad: se encarga de eliminar a los delincuentes y asesinos más despiadados. Desde pedófilos hasta violadores, nuestro protagonista sacia su sed de sangre encargándose de eliminar a lo peor de la ciudad en la que vive.

Foto promocional de la serie Dexter, basada en los libros de Lindsay
En este libro, el primero de la serie, Dexter se propone ayudar a su hermana Deb, que es policía, a resolver una serie de peculiares asesinatos. Pero pronto la cosa se va de madre y termina siendo la lucha entre dos asesinos por saber cuál de los dos es el mejor; Dexter descubre en el otro asesino una fuente de admiración e inspiración y no puede negarse a seguirle el juego.
 
 
No se si ha sido porque últimamente tengo muchas ganas de leer novelas policiacas y tramas de intriga y sangre, porque los relatos en primera persona me llenan mucho o porque Dexter me ha recordado terriblemente a un Alex (de la Naranja Mecánica) adulto, más racional y algo menos salvaje. El caso es que he devorado este libro a toda velocidad y he terminado con ganas de más.
 
 
Una historia rápida, adictiva y original, un recorrido por el lado más oscuro de un sociópata dispuesto a hacer del mundo un lugar mejor a su oscura, Lindsay ha logrado recrear a un justiciero  despiadado, poderoso, un asesino al que no nos importaría tener de vecino. Siempre y cuando no tuviéramos nada que ocultar, claro.
 
 
Si bien Dexter es el único personaje que verdaderamente merece la pena por sus peculiaridades, se puede omitir la a veces excesiva torpeza del resto de los equipos policiales, porque lo que te acaba interesando es saber cuál va a ser el próximo movimiento. Y es que, a la larga, te olvidas de los crímenes, de la sangre y de lo que todo ello representa; la lectura se vuelve una intensa partida de ajedrez en la que no sabes quién conviene que gane.
 
Muy recomendable para los fans de series policíacas y de misterio con un toque algo más informal, tipo Mentes Criminales o Castle, y lectores aficionados a la literatura rápida e intensa, las dobles vidas y la sangre. O la ausencia de ella. 


Lucía Semedo (@luciasimonelle)

EL PIBE QUE ARRUINABA LAS FOTOS

Rara Avis | Por Lucía Semedo

Solamente empecé El pibe que arruinaba las fotos, de Hernán Casciari porque se acercan peligrosamente los exámenes. Cuando comienza esta turbulenta época de mi vida, a la que aun no termino de acostumbrarme, el leer libros “gordotes” como que me bloquea. Veo que no avanzo, me meto en la historia y lo dejo todo. En otras épocas eso ha generado que me quede varias noches sin dormir para estudiar o que me levante muy muy temprano, pero ahora que me hago mayor, tengo que ser una chica responsable. Así que, tras una breve lucha y llegada a la página cien, he decidido reservarme para el verano las novecientas páginas del Corazón Helado de Almudena Grandes (que me estaba encantando) y navegar en los 200 libros de mi e-book, a ver que ejemplar más cortito encontraba.

Hernán Casciari, autor también de 'El Diario de Letizia Ortiz'
(http://letizia-ortiz.blogspot.com.es)
La primera vez que vi El pibe que arruinaba las fotos fue en el Corte Inglés de Granada. Tenían libros a cinco euros y a nada estuve de comprarlo, pero me decidí por otra cosa, que ahora mismo ni recuerdo. El caso es que cuando lo encontré, versión e-pub y perfectamente adaptado, lo descargué sin dudarlo. Luego se perdió en la maraña de mi libro electrónico y volvió a aparecer por casualidad, así que no tenté más al destino.

El libro es una pequeña pero intensa biografía que narra las aventuras de Hernán “el Gordo” Casciari, un argentino amante de la literatura. Comienza con la anécdota que da nombre al libro, aquel extraño tic que le obligaba a tensar la cara de pequeño, ofreciendo una pose muy cómica que, sin embargo, arruinaba siempre las fotografías oficiales y generaba las broncas más terribles con su madre, una señora de armas tomar.

Así, dando saltitos, obtenemos una visión panorámica de la vida y las obsesiones de Casciari, con sus días más felices y los más oscuros. Desde su infancia en Mercedes, los intentos de su padre por hacerlo un buen deportista, las pequeñas gamberradas con sus amigos, su marcha a Buenos Aires, su adicción a las drogas hasta la visita de algún tataranieto que viaja al pasado para conocerle. De una manera que me ha resultado muy agradable, el autor va hilando una novela en la que, según se va a acercando el final, te lo esperas todo. Consigues, además, llegar a tomarle un cariño familiar a los personajes que, si bien no toman el peso de hermanos o amigos, si que les imaginas caminando por tu barrio, cuchicheando en tu pueblo. Porque, ante todo, la novela no habla de personajes que puedas encontrarte caminando por la calle, que puedan prestarte su historia para que la vivas tú: habla de personas reales, de momentos importantes de la vida de alguien. Y, pese a que esos momentos no son los tuyos, te sacan una sonrisa de complicidad y, a veces, una envidia leve, pero palpable.

Poco sabía yo de Hernán Casciari. No sabía que había escrito relatos toda su vida, no sabía que no mató a su sobrina. No sabía, tampoco, que tenía esa facilidad de vivir de
prestado, dejándolo todo en casa y atreviéndose a cambiar de país solo por amor, como ya lo hicieron otros argentinos ilustres. No sabía que ganó el premio Juan Rulfo, el de Francia, o que vivió con su abuelo durante un año. Tampoco sabía su desengaño frente a editoriales, librerías, frente a los que se niegan a dejar el papel y frente a los que se niegan a abandonarlo, sin pensarse un momento el lanzar su proyecto Orsai, sin miedo a como pudiera salir. Pero creo que eso puede contároslo mejor él que yo.

No quiero dar muchas pistas y spoilers, además de que estoy cansada después de un agotador día de no hacer nada, así que poco más tengo que decir. El pibe que arruinaba las fotos es un libro sencillo y sin pretensiones. Franco, ante todo, porque no pretende dar más de lo que es. Si bien admito que no es una lectura que recordaré toda mi vida, la he terminado con un sorprendente deje de optimismo. Y eso, a día de hoy, es algo de agradecer, ¿verdad?


Lucía Semedo (@LuciaSimonelle)

DE LA POESÍA Y EL ARTE EN GENERAL

Odi et amo | Por Isaías Mellado Chito

       He leído rimas desde bien pequeño. Recuerdo cuando mi profesora de primaria nos hacía memorizar parrafadas en verso para luego recitarlas. Pensé por mucho tiempo que eso era la poesía, rimas simples o complejas, alejandrinas o no, arte simple o mayor. Góngora, Garcilaso, Quevedo, Béquer, Machado, Lorca... Lírica para contar sílabas que solo podía encerrar sentimientos.


   Pero las casualidades de la vida me hicieron conocer otros autores, extranjeros, cómo no. Otros conceptos llegaron a mí, y quizá, fuera eso lo que me animo a expresarme con este arte. En verdad la poesía llega a la mente sin saber cómo, y no hay que ponerle reglas a la inspiración, dejar su ritmo natural que parece venir de la nada, sin ser subyugada por norma de métrica o rima, esa cadena resta libertad al arte. Si la libertad es lo último que debe ser arrebatado al ser humano, por qué lo hacemos al arte que sale de él.


   Dicen los más conservadores que las reglas ayudan a entender mejor: ¿hay algo que entender? No todo tiene que tener un mensaje claro, a medida que cualquier arte es más puro se vuelva más abstracto. Un significado claro tiene su valor, pero más valor tiene el que sabe dar a su obra tantos puntos de vista como espectadores haya. Cada interpretación es una obra en si misma y todas igual de buenas. Una obra múltiple en un solo objeto, para que todo aquel que la contemple pueda dar lo mejor de su cerebro.


     ¿Qué dirían de un tratado científico con ritmo poético? Nos parecería absurdo, lo poético ha sido relegado a lo dramático y nada más. No miramos en este ámbito a griegos y romanos, donde sabios matemáticos o científicos demostraban también su valía escribiendo largas explicaciones e hipótesis con buen ritmo yámbico (la forma más común en la cultura grecolatina).


     Una lástima que la poesía sea el género que menos vende, no como los Best-sellers. Pero bueno, siempre he pensado que los fenómenos de masas están vacíos de inteligencia.


     Isaías Mellado Chito (@isi_tico)