EL PIBE QUE ARRUINABA LAS FOTOS

Rara Avis | Por Lucía Semedo

Solamente empecé El pibe que arruinaba las fotos, de Hernán Casciari porque se acercan peligrosamente los exámenes. Cuando comienza esta turbulenta época de mi vida, a la que aun no termino de acostumbrarme, el leer libros “gordotes” como que me bloquea. Veo que no avanzo, me meto en la historia y lo dejo todo. En otras épocas eso ha generado que me quede varias noches sin dormir para estudiar o que me levante muy muy temprano, pero ahora que me hago mayor, tengo que ser una chica responsable. Así que, tras una breve lucha y llegada a la página cien, he decidido reservarme para el verano las novecientas páginas del Corazón Helado de Almudena Grandes (que me estaba encantando) y navegar en los 200 libros de mi e-book, a ver que ejemplar más cortito encontraba.

Hernán Casciari, autor también de 'El Diario de Letizia Ortiz'
(http://letizia-ortiz.blogspot.com.es)
La primera vez que vi El pibe que arruinaba las fotos fue en el Corte Inglés de Granada. Tenían libros a cinco euros y a nada estuve de comprarlo, pero me decidí por otra cosa, que ahora mismo ni recuerdo. El caso es que cuando lo encontré, versión e-pub y perfectamente adaptado, lo descargué sin dudarlo. Luego se perdió en la maraña de mi libro electrónico y volvió a aparecer por casualidad, así que no tenté más al destino.

El libro es una pequeña pero intensa biografía que narra las aventuras de Hernán “el Gordo” Casciari, un argentino amante de la literatura. Comienza con la anécdota que da nombre al libro, aquel extraño tic que le obligaba a tensar la cara de pequeño, ofreciendo una pose muy cómica que, sin embargo, arruinaba siempre las fotografías oficiales y generaba las broncas más terribles con su madre, una señora de armas tomar.

Así, dando saltitos, obtenemos una visión panorámica de la vida y las obsesiones de Casciari, con sus días más felices y los más oscuros. Desde su infancia en Mercedes, los intentos de su padre por hacerlo un buen deportista, las pequeñas gamberradas con sus amigos, su marcha a Buenos Aires, su adicción a las drogas hasta la visita de algún tataranieto que viaja al pasado para conocerle. De una manera que me ha resultado muy agradable, el autor va hilando una novela en la que, según se va a acercando el final, te lo esperas todo. Consigues, además, llegar a tomarle un cariño familiar a los personajes que, si bien no toman el peso de hermanos o amigos, si que les imaginas caminando por tu barrio, cuchicheando en tu pueblo. Porque, ante todo, la novela no habla de personajes que puedas encontrarte caminando por la calle, que puedan prestarte su historia para que la vivas tú: habla de personas reales, de momentos importantes de la vida de alguien. Y, pese a que esos momentos no son los tuyos, te sacan una sonrisa de complicidad y, a veces, una envidia leve, pero palpable.

Poco sabía yo de Hernán Casciari. No sabía que había escrito relatos toda su vida, no sabía que no mató a su sobrina. No sabía, tampoco, que tenía esa facilidad de vivir de
prestado, dejándolo todo en casa y atreviéndose a cambiar de país solo por amor, como ya lo hicieron otros argentinos ilustres. No sabía que ganó el premio Juan Rulfo, el de Francia, o que vivió con su abuelo durante un año. Tampoco sabía su desengaño frente a editoriales, librerías, frente a los que se niegan a dejar el papel y frente a los que se niegan a abandonarlo, sin pensarse un momento el lanzar su proyecto Orsai, sin miedo a como pudiera salir. Pero creo que eso puede contároslo mejor él que yo.

No quiero dar muchas pistas y spoilers, además de que estoy cansada después de un agotador día de no hacer nada, así que poco más tengo que decir. El pibe que arruinaba las fotos es un libro sencillo y sin pretensiones. Franco, ante todo, porque no pretende dar más de lo que es. Si bien admito que no es una lectura que recordaré toda mi vida, la he terminado con un sorprendente deje de optimismo. Y eso, a día de hoy, es algo de agradecer, ¿verdad?


Lucía Semedo (@LuciaSimonelle)

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